Como todas las mañanas, el sueño es
insuficiente, todo pesa el triple, y las pestañas traen un roquerío.
Ya he postergado 4 veces la alarma y de sólo pensar que va a volver
a sonar me duele la cabeza. Hoy es un día más caluroso que de
costumbre, y se nota con el olor acumulado durante la noche. Con la
densidad parece que costara más salir de la cama y hago un esfuerzo
por levantarme varias veces antes de concretarlo. Entre medio pienso
en mi horario completo, en lo que no dejé listo en el bolso, en la
ropa que me voy a poner, lo cual de a poco me hace dormir de nuevo,
pero suena por quinta vez la alarma y ésta vez me asusta un poco,
del salto tomo vuelo para desplomarme por completo a los pies de la
cama. Ya destapado es más fácil el resto, me visto, no hago ningún
esfuerzo por lavarme la cara, ni por parecer lúcido, ni por comer
para despabilar, sólo salgo y miro el sol. Tardo un par de minutos
en abrir los ojos, y acostumbrarlos a la calle, afuera el ambiente
trae un viento caluroso y húmedo, como afirmando mi inestable
cuerpo, aburrido de recién estar empezando el día, y anhelando que
pase luego. Espero la micro sudando sin moverme, me atrasa la espera,
viene llena y me encuentro con los mismos zombis de siempre. Saludo a
unos cuantos, nos compadecemos mutuamente y bajamos para tomar el
metro. Sube uno, y yo al siguiente, por falta de espacio, prefiero no
apurarme con tal de no hacer el intento por seguir un hilo de
conversación. El siguiente carro viene idéntico, como con las
mismas caras, ahí me apoyo en los hombros de quien sea para
descansar un poco. Baja el sueño de nuevo, odiosamente esporádico,
las pestañas vuelven a pesar y cuando creí la pesadilla terminada,
listo para entrar a clases, despierto nuevamente en mi cama, sin
alarma y en silencio, al parecer era Domingo.
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