Como todas las mañanas, el sueño es insuficiente, todo pesa el triple, y las pestañas traen un roquerío. Ya he postergado 4 veces la alarma y de sólo pensar que va a volver a sonar me duele la cabeza. Hoy es un día más caluroso que de costumbre, y se nota con el olor acumulado durante la noche. Con la densidad parece que costara más salir de la cama y hago un esfuerzo por levantarme varias veces antes de concretarlo. Entre medio pienso en mi horario completo, en lo que no dejé listo en el bolso, en la ropa que me voy a poner, lo cual de a poco me hace dormir de nuevo, pero suena por quinta vez la alarma y ésta vez me asusta un poco, del salto tomo vuelo para desplomarme por completo a los pies de la cama. Ya destapado es más fácil el resto, me visto, no hago ningún esfuerzo por lavarme la cara, ni por parecer lúcido, ni por comer para despabilar, sólo salgo y miro el sol. Tardo un par de minutos en abrir los ojos, y acostumbrarlos a la calle, afuera el ambiente trae un viento caluroso y húmedo, como afirmando mi inestable cuerpo, aburrido de recién estar empezando el día, y anhelando que pase luego. Espero la micro sudando sin moverme, me atrasa la espera, viene llena y me encuentro con los mismos zombis de siempre. Saludo a unos cuantos, nos compadecemos mutuamente y bajamos para tomar el metro. Sube uno, y yo al siguiente, por falta de espacio, prefiero no apurarme con tal de no hacer el intento por seguir un hilo de conversación. El siguiente carro viene idéntico, como con las mismas caras, ahí me apoyo en los hombros de quien sea para descansar un poco. Baja el sueño de nuevo, odiosamente esporádico, las pestañas vuelven a pesar y cuando creí la pesadilla terminada, listo para entrar a clases, despierto nuevamente en mi cama, sin alarma y en silencio, al parecer es Domingo.
Atreyu!!!
Si, él tenía un perro como el mío, pero el mío no volaba
jueves, 12 de septiembre de 2024
domingo, 21 de julio de 2024
Cicatriz
Tengo una muy mala costumbre, que es casi una manía. Cuando me toco una costra, que ya cicatrizó, la rasco hasta que se vuelve a hacer una herida, para que genere una nueva costra, y así sucesivamente.
Los dermatólogos te dicen que esto es lo peor que puedes hacer con una costra. Se forma un queloide, que va creciendo cada vez más. Es un tejido muerto que destaca en el resto de la piel, y como toda dolencia consultada a Google, puede causar cáncer.
Pero no lo puedo evitar, una vez que se cierra, vuelvo a abrirla porque tengo la necesidad de que esa parte de la piel, que alguna vez fue una herida, no se vuelva lisa, sino rugosa y en lo posible afilada, y que esa pequeña posibilidad de ser tirada con las uñas, me haga extraer un pedazo de piel completo, que en la mayoría de las ocasiones, sangra.
Hubo un tiempo en que comencé a tatuarme, e inmediatamente hice varios en todo mi cuerpo. Entendí que el tatuaje también es una herida, pero que requiere de cierto cuidados para que se conserve en el tiempo. Porque resulta que la tinta está en constante lucha con la piel por preservarse, y como el cuerpo trata de rechazarla, la costra necesita ciertos cuidados: Hidratación constante, limpieza, y que no sea maltratada, por mis uñas, por ejemplo. Entonces ahora aprecio estas nuevas cicatrices negras, estéticas, que forman parte de mí y llaman la atención de la gente nueva que voy conociendo, que no sabe que yo tenía heridas que rasco y que vuelven a aparecer, sino que se fija únicamente en estas nuevas, que me provoqué intencionalmente, para no olvidar algo: Que hubo un momento de mi vida que me dolió, tanto que no quise dejarlo pasar, ni perderse en mi mala memoria.
Hoy me llamaste, y llorabas. Yo no lloré. Tenía bien cuidada esa herida, y hasta quise hacerte reír. No se si estuvo bien, cada vez que desperté llorando por soñar contigo, pensé que este momento, en el que me buscaras, iba a ser diferente. Y quizá fui egoísta, no quise demostrarte que me dolía extrañarte, que había sanado esa herida que sangró por mucho tiempo, y que incluso se transformó en algo lindo, que me acompaña por donde camino, y me hace ver los trenes, los castillos, los relojes y los barcos, de una forma diferente. Los guardo en un nuevo espacio que inventé en mi memoria, para cuando nos volvamos a encontrar, ya no siendo los mismos, sino otros llenos de cicatrices, que no volveremos a abrir, sino pintarlas de todos colores para mostrárselas a cada nuevo ser humano que entre en nuestras distanciadas vidas.
lunes, 8 de abril de 2024
El escape
Faltan 15 minutos para salir a recreo
Y no tengo más ideas
Tampoco quiero tenerlas
En la cabeza de 45 niños de 12 años, 15 minutos significan tierra fértil para las ideas más catastróficas y descabelladas.
No los puedo culpar. En esos 15 minutos, yo también puedo imaginar escenas que rayan en la locura. Necesito un plan de fuga, pero todo lo que me pasa por la cabeza parece salido del coyote contra el correcaminos. Me quiero tirar del 3er piso, cortar la luz, provocar una pelea, poner un plátano en el piso para que alguien se rompa una pierna, qué se yo.Me bombea la cabeza. Miro cada rincón del salón y un coágulo en mi frente parece rebotar de pared en pared como los antiguos protectores de pantalla en la sala de espera de un hospital. Cada rebote amplifica el dolor punzante desde el lóbulo frontal hasta la nuca.
Faltan sólo 13 minutos. Parpadeo 2 veces y el reloj cambia su indicador a un minuto menos, por fin se escucha un estruendo y todos recuperamos la vida que estábamos perdiendo por la falta de oxígeno en los escasos metros cuadrados que nos albergan. Desde el segundo piso hay gritos, y luego una estampida en lo que creo que son las escaleras, atrás del muro del pizarrón. Todo tiembla arriba y a los costados, como un tumulto que corre en una misma dirección. Cae el reloj de la pared y comienzan a sonar vidrios quebrándose al otro lado de la puerta.
No entiendo nada y de forma instintiva todos guardamos silencio y levantamos las orejas para tratar de descifrar qué tipo de peligro nos acecha. Contra toda lógica, hay un par que corre en círculos empujando a dos o tres que se enojan y comienza una pelea. Un grupo ya está en la esquina quitándole el aire a una que se desmayó. Es en el momento que recuerdo que soy el único adulto en el lugar, y por tanto responsable de la seguridad de los 45 individuos que expresan todos los posibles síntomas del estado del shock, pero tengo que apresurarme a reaccionar, porque realmente no se qué está pasando afuera, y no suena a nada amigable.
- ¡Mirko!, cierre la puerta y no deje que nadie se acerque, los demás, !abajo de las mesas, ahora!, denle aire a Antonella que así jamás se va a poder levantar.
- Pero profe, parece que se murió - Gritos y llantos al interior de la sala, es imposible hablarles con calma.
- Nadie se murió, vamos a quedarnos aquí hasta saber qué pasa y a seguir el protocolo como corresponde - Al parecer se me nota demasiado lo histérico y pierdo credibilidad en cada palabra -
- Profe la Darelys vomitó debajo de mi mesa - Se escuchan risas -
- ¿Cómo se pueden reírse en una circunstancia así? - Por fin recobro la autoridad correspondiente - Estamos en una emergencia desconocida y vamos a mantener la calma - Siento que mi tono de voz va a hacer que me desvanezca en el intento de cubrir la sala completa, pero finalmente logro ser el único que emita cualquier sonido en todo el lugar.
Unos segundos de silencio me dejan recuperar el aliento.
- ¿Se estará quemando el colegio? - murmuran unos cerca mío
Afino el olfato y nada.
¡PUM! Suena un estruendo y vuelven los gritos. Esta vez se apagan al instante. Lo sigue una ráfaga de lo que parece ser una metralleta, o al menos un arma semi automática.
- ¡Están disparando! - Dice ahogada Amaral, desde el fondo de la sala - Son terroristas, nos vienen a matar - Susurra
- No hay terroristas, deben ser explosiones solamente, tranquilidad todos y quédense debajo de las mesas. - Ni yo creo en lo que acabo de decir, a cada palabra emitida bajo un poco más el tono por miedo a ser escuchado.
Creo que mis mecanismos de defensa están totalmente activados, y los protocolos que llevan 8 años repitiéndome en cada nuevo colegio, tienen alguna repercusión en mi subconsciente, porque me siento en piloto automático. Si me diera el espacio de pensarlo un poco, colapsaría por el stress de estar aquí, en este momento y lugar preciso, por mi eterna mala suerte, por no haberme portado mejor en trabajos anteriores, y no sostener una vida normal, la de la corbata, que me ofrecía estabilidad y seguros de vida.
Sin la intención de girar la manilla para abrir, un cuerpo choca desde el exterior, bota la puerta y rompe los marcos. Una criatura de dos veces mi tamaño, dientes afilados y abundantes pelos bañados en sangre, entra a devorar a Mirko que ingenuamente mantenía su posición. Nunca fue un niño muy brillante, pero nadie puede negar que para pedirle una tarea de fuerza bruta, como traer el libro de clases, o vigilar una puerta, Mirko utilizaba todo su instinto protector. Y ahora toda su fortaleza estaba en una mueca y tintes morados, volando por arriba de las mesas, arrasando todo a su paso luego de ser lanzado por el hocico de lo que parece ser un oso antropomórfico que va al gimnasio todas las veces que yo no. Entran tres bestias más a continuar la cacería, devoran a Dastin, aplastan a Joaquín, patean a Jimmy, y en un efecto dominó, cae Sofía, y luego Victoria desnucándose contra el muro. Se abren más grietas en la entrada y quedamos unos pocos arrinconados en la esquina donde se ubica el profesor jefe, al lado de la ventana. Como en el cuento de los 10 perritos, me van quedando pocos estudiantes con vida, o una pequeña esperanza de que aún respiren, pero no me voy a rendir, todavía puedo escapar con los que están más cerca mío. Trato de moverme, y sólo atino a tirar una mesa por la ventana para quebrarla y plantearme arrojar a los alumnos que logren sobrevivir, pero el shock me supera, estoy paralizado esperando el timbre, necesito salir de aquí, ya no puedo contar cuántos monstruos han entrado en la sala reemplazando a mis estudiantes, vuelan cadáveres, mesas, cuadernos, aviones de papel, cartas de amor, bolas de scotch, y todo lo que se les ha ocurrido para matar el tiempo por haber terminado antes la actividad que les propuse. Creo que necesito una licencia.
martes, 19 de diciembre de 2023
Autocuidado
Existen mejores versiones de mi persona. Que le hacen daño a menos gente.
Versiones que transitan tranquilas por la calle, haciendo como que no me conocen.
Algunas trotan por la mañana, antes de que yo salga a trabajar, para no despertarme. Otras me invitan a desayunar, y preparan un jugo de frutas que me queda exquisito.
Una vez, una de ellas, saliendo cansada de una extenuante jornada laboral, me llevó a pasear a la playa y conversamos toda la tarde hasta que hizo frío. No olvidó traer un abrigo extra, y un tecito para amenizar.
Hace unos años, una hermosa versión se inspiró en un poema mío para hacerme una canción. Nunca más la vi, pero antes de desaparecer dejó un rayado en el muro frente a mi casa: "Me fui a cambiar el mundo, nos vemos a la vuelta".
Cuando me siento solx, salgo mirando el piso y levanto la cabeza de vez en cuando, mirando de reojo a quienes caminan a ver si me encuentro por la calle, si llego a enamorarme de quien me mira de vuelta y le llamo la atención, para volver a sentir que estoy vivo, por ahí, en alguna parte.
También me he encontrado con las peores versiones de mí, que se ofuscan a la primera discrepancia. He tratado de explicarle mi rabia, pero ya no hay vuelta atrás una vez que la discusión ha comenzado. No supe pedirle disculpas, cuando la hice llorar, y tampoco le enseñé a moderar la intensidad de sus emociones. Esperaba que no volviera a ocurrir, pero al fin y al cabo, siempre fui yo. Y no quiero volver a verme nunca más en un espejo.