viernes, 8 de abril de 2011

Mascota antigua

Siempre he pensado que las mañanas son ajenas. Nunca se me hizo fácil despertar, y asimismo ir a acostarme. Todas las noches me inquieta pensar que aún hay algo nuevo que puede ocurrir, y no es hasta que el peso de las pestañas me la gana, o hasta que la vigilia se apodera de la realidad, que decido acceder a las palizas de Morfeo. No voy a procurar entender lo que en ese proceso ocurre, porque mientras me distraigo en divagaciones oníricas de dudosa lógica, un elefante invisible, innegablemente acogedor, se va instalando en todo su esplendor sobre mi desordenado cubrecamas. Claro, tú mientras lees ésto te burlas de mi elaborada excusa, y haces un gesto que podría entenderse como abandono de la ingenuidad. Y es que mi error estuvo siempre en el temor de contarte sobre mi relación estrecha con semejante animal. Crecimos juntos, aunque él siempre me ha llevado varios kilos de ventaja, y si bien no habla, sé que entiende a la perfección todo lo que me pasa, en cada momento de mi vida.
Ésta noche llegó tarde, y mientras yo me revolcaba pensando en dónde se podría haber metido, tú dormías plácidamente a mi lado. Bien sabes que con ese tipo de preocupaciones me cuesta dormir bien, y despierto de vez en cuando sólo para cerciorarme de que haya vuelto. Por lo general simplemente me duermo y sin darme cuenta a la mañana siguiente está ahí, sobre mí. Tú no lo ves, pero no puedes negar que lo sientes cuando intentas despertarme.
Te lo digo, él para mí es muy importante, quizás en un tiempo más, si vienes más seguido a dormir conmigo, lo conocerás, y comprenderás lo difícil que es no otorgarle a tan agradable personaje, su merecido espacio en nuestras mañanas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

También he sentido su peso en mi cuerpo, pero debo decir que es más agradable el tuyo.