martes, 14 de mayo de 2013

Ornitofilia

Así como dicen que hay quien se define por los enemigos que tiene, yo me defino por mi relación con las aves. Cuando niño me gustaba hacer trampas como las del Coyote, y atrapar gorriones o zorzales dentro de una caja con carnada. Luego los tomaba y ponía en una jaula, donde les daba alpiste, les ponía un nombre y me dedicaba a escuchar sus particulares motivos musicales que se repetían una y otra vez. Fueron mis primeras aproximaciones a la muerte, cuando comprendí que ciertas aves no pueden vivir en cautiverio. Literalmente. Quizás para compensar mi frustración, me regalaron una tórtola, cuando ya estaba en una edad donde podía investigar y estudiar el comportamiento en cautiverio de la “Tórtola cordillerana doméstica”, nombre que le pusieron los taxónomos, a las que “no se morían” si estaba encerradas. Era mi amiga tórtola, se paraba en mis manos si la llamaba, y no se escapaba si la sacaba de la jaula, lo cual ya es suficientemente bueno para ser mi primera mascota oficial. Yo me dormía temprano, era un niño al fin y al cabo, y nunca supe que ululaba todas las noches, lo que podía ser un llanto, o un canto de pan simplemente, nunca entendí el idioma de las palomas. Nunca supe por qué se la llevaron, era una excusa como cuando mandan a los perros al campo, y luego cuando creces comprendes la mentira.

Un día se me ocurrió colgar una caja con un agujero, y adentro le puse alpiste. Ni siquiera esperé a ver qué pasaba, simplemente un día llegó un Cherkán a instalarse. Nunca antes vi un ave tan linda, siquiera sabía que existían, una mezcla entre un colibrí y un gorrión, se veía suave y ligero. Ahí crió a su familia, después de agregarle delicadamente ramas diminutas, cuidando de no arrastrar basura a su nuevo nido. Al nacer los jilgueritos, tenían una orquesta afuera de mi casa, y hacían que todas las mañanas tuvieran banda sonora. Hasta que tocó el día donde los niños tenían que aprender a volar. Dos de ellos se fueron rápido, y no volvieron más, mientras que el último se quedó en el nido hasta una confusa noche, donde la caja estaba en el suelo, y ni jilguero ni jilguerito volvieron a aparecer.

Estoy seguro de que están bien, al fin y al cabo, su naturaleza es volar. Hoy veo a una mujer que siempre supo volar, pero que ignoraba su talento. La encontré un día bailando, con los pies, lo que no me hacía sentido. Bailaba con la tierra, como las palomas que caminan aunque tengan alas. Traté de entenderla, de acompañarla, traté de que me enseñara a volar. Caminamos juntos, leímos, hablamos, aprendimos de todo, pero nunca dijimos nada sobre volar. Era un tema prohibido. En el fondo, ella sabía mi amor por las aves, y mi admiración por su naturaleza volátil, y efímera, por sobre todo efímera. Quizás me asustaba más la idea de que ella no fuera un ave, que el que sí lo fuera, y por esa duda un día sin previo aviso la asusté, moviendo los brazos la expulsé de nuestra jaula hogar para ver si volaba, y ahí se quedó alrededor, desorientada, y yo adentro, comprendiendo cada vez menos la verdad de las aves. Era cosa de tiempo, de esperar a que volara y yo sentirme feliz, y triste con eso. Disfrutar de su vuelo, como si fuera mío, porque de eso si fui dueño, de su vuelo. A ésta altura la miro de lejos, la recuerdo, sin miedo a extrañarla. Pero la extraño. Y no se trata de verla volver, se trata de verla, siempre poder buscarla, sólo para verla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esa mujer todavía ignora su talento, pero se echó a volar igual. Te puede relatar todo lo que ha visto con la altura que le ha dado su vuelo :)

Gracias por la compañía, por la entrega, por el baile.
Salú!