Tengo una muy mala costumbre, que es casi una manía. Cuando me toco una costra, que ya cicatrizó, la rasco hasta que se vuelve a hacer una herida, para que genere una nueva costra, y así sucesivamente.
Los dermatólogos te dicen que esto es lo peor que puedes hacer con una costra. Se forma un queloide, que va creciendo cada vez más. Es un tejido muerto que destaca en el resto de la piel, y como toda dolencia consultada a Google, puede causar cáncer.
Pero no lo puedo evitar, una vez que se cierra, vuelvo a abrirla porque tengo la necesidad de que esa parte de la piel, que alguna vez fue una herida, no se vuelva lisa, sino rugosa y en lo posible afilada, y que esa pequeña posibilidad de ser tirada con las uñas, me haga extraer un pedazo de piel completo, que en la mayoría de las ocasiones, sangra.
Hubo un tiempo en que comencé a tatuarme, e inmediatamente hice varios en todo mi cuerpo. Entendí que el tatuaje también es una herida, pero que requiere de cierto cuidados para que se conserve en el tiempo. Porque resulta que la tinta está en constante lucha con la piel por preservarse, y como el cuerpo trata de rechazarla, la costra necesita ciertos cuidados: Hidratación constante, limpieza, y que no sea maltratada, por mis uñas, por ejemplo. Entonces ahora aprecio estas nuevas cicatrices negras, estéticas, que forman parte de mí y llaman la atención de la gente nueva que voy conociendo, que no sabe que yo tenía heridas que rasco y que vuelven a aparecer, sino que se fija únicamente en estas nuevas, que me provoqué intencionalmente, para no olvidar algo: Que hubo un momento de mi vida que me dolió, tanto que no quise dejarlo pasar, ni perderse en mi mala memoria.
Hoy me llamaste, y llorabas. Yo no lloré. Tenía bien cuidada esa herida, y hasta quise hacerte reír. No se si estuvo bien, cada vez que desperté llorando por soñar contigo, pensé que este momento, en el que me buscaras, iba a ser diferente. Y quizá fui egoísta, no quise demostrarte que me dolía extrañarte, que había sanado esa herida que sangró por mucho tiempo, y que incluso se transformó en algo lindo, que me acompaña por donde camino, y me hace ver los trenes, los castillos, los relojes y los barcos, de una forma diferente. Los guardo en un nuevo espacio que inventé en mi memoria, para cuando nos volvamos a encontrar, ya no siendo los mismos, sino otros llenos de cicatrices, que no volveremos a abrir, sino pintarlas de todos colores para mostrárselas a cada nuevo ser humano que entre en nuestras distanciadas vidas.
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