lunes, 8 de abril de 2024

El escape

Faltan 15 minutos para salir a recreo

Terminó antes la actividad que tenía preparada
Y no tengo más ideas

Tampoco quiero tenerlas

En la cabeza de 45 niños de 12 años, 15 minutos significan tierra fértil para las ideas más catastróficas y descabelladas.

No los puedo culpar. En esos 15 minutos, yo también puedo imaginar escenas que rayan en la locura. Necesito un plan de fuga, pero todo lo que me pasa por la cabeza parece salido del coyote contra el correcaminos. Me quiero tirar del 3er piso, cortar la luz, provocar una pelea, poner un plátano en el piso para que alguien se rompa una pierna, qué se yo.

Me bombea la cabeza. Miro cada rincón del salón y un coágulo en mi frente parece rebotar de pared en pared como los antiguos protectores de pantalla en la sala de espera de un hospital. Cada rebote amplifica el dolor punzante desde el lóbulo frontal hasta la nuca.

Faltan sólo 13 minutos. Parpadeo 2 veces y el reloj cambia su indicador a un minuto menos, por fin se escucha un estruendo y todos recuperamos la vida que estábamos perdiendo por la falta de oxígeno en los escasos metros cuadrados que nos albergan. Desde el segundo piso hay gritos, y luego una estampida en lo que creo que son las escaleras, atrás del muro del pizarrón. Todo tiembla arriba y a los costados, como un tumulto que corre en una misma dirección. Cae el reloj de la pared y comienzan a sonar vidrios quebrándose al otro lado de la puerta. 

No entiendo nada y de forma instintiva todos guardamos silencio y levantamos las orejas para tratar de descifrar qué tipo de peligro nos acecha. Contra toda lógica, hay un par que corre en círculos empujando a dos o tres que se enojan y comienza una pelea. Un grupo ya está en la esquina quitándole el aire a una que se desmayó. Es en el momento que recuerdo que soy el único adulto en el lugar, y por tanto responsable de la seguridad de los 45 individuos que expresan todos los posibles síntomas del estado del shock, pero tengo que apresurarme a reaccionar, porque realmente no se qué está pasando afuera, y no suena a nada amigable.

- ¡Mirko!, cierre la puerta y no deje que nadie se acerque, los demás, !abajo de las mesas, ahora!, denle aire a Antonella que así jamás se va a poder levantar.

- Pero profe, parece que se murió - Gritos y llantos al interior de la sala, es imposible hablarles con calma.

- Nadie se murió, vamos a quedarnos aquí hasta saber qué pasa y a seguir el protocolo como corresponde - Al parecer se me nota demasiado lo histérico y pierdo credibilidad en cada palabra -

- Profe la Darelys vomitó debajo de mi mesa - Se escuchan risas -

- ¿Cómo se pueden reírse en una circunstancia así? - Por fin recobro la autoridad correspondiente - Estamos en una emergencia desconocida y vamos a mantener la calma - Siento que mi tono de voz va a hacer que me desvanezca en el intento de cubrir la sala completa, pero finalmente logro ser el único que emita cualquier sonido en todo el lugar.

Unos segundos de silencio me dejan recuperar el aliento.

- ¿Se estará quemando el colegio? - murmuran unos cerca mío

Afino el olfato y nada. 

¡PUM! Suena un estruendo y vuelven los gritos. Esta vez se apagan al instante. Lo sigue una ráfaga de lo que parece ser una metralleta, o al menos un arma semi automática.

- ¡Están disparando! - Dice ahogada Amaral, desde el fondo de la sala - Son terroristas, nos vienen a matar - Susurra

- No hay terroristas, deben ser explosiones solamente, tranquilidad todos y quédense debajo de las mesas. - Ni yo creo en lo que acabo de decir, a cada palabra emitida bajo un poco más el tono por miedo a ser escuchado.

Creo que mis mecanismos de defensa están totalmente activados, y los protocolos que llevan 8 años repitiéndome en cada nuevo colegio, tienen alguna repercusión en mi subconsciente, porque me siento en piloto automático. Si me diera el espacio de pensarlo un poco, colapsaría por el stress de estar aquí, en este momento y lugar preciso, por mi eterna mala suerte, por no haberme portado mejor en trabajos anteriores, y no sostener una vida normal, la de la corbata, que me ofrecía estabilidad y seguros de vida.

Sin la intención de girar la manilla para abrir, un cuerpo choca desde el exterior, bota la puerta y rompe los marcos. Una criatura de dos veces mi tamaño, dientes afilados y abundantes pelos bañados en sangre, entra a devorar a Mirko que ingenuamente mantenía su posición. Nunca fue un niño muy brillante, pero nadie puede negar que para pedirle una tarea de fuerza bruta, como traer el libro de clases, o vigilar una puerta, Mirko utilizaba todo su instinto protector. Y ahora toda su fortaleza estaba en una mueca y tintes morados, volando por arriba de las mesas, arrasando todo a su paso luego de ser lanzado por el hocico de lo que parece ser un oso antropomórfico que va al gimnasio todas las veces que yo no. Entran tres bestias más a continuar la cacería, devoran a Dastin, aplastan a Joaquín, patean a Jimmy, y en un efecto dominó, cae Sofía, y luego Victoria desnucándose contra el muro. Se abren más grietas en la entrada y quedamos unos pocos arrinconados en la esquina donde se ubica el profesor jefe, al lado de la ventana. Como en el cuento de los 10 perritos, me van quedando pocos estudiantes con vida, o una pequeña esperanza de que aún respiren, pero no me voy a rendir, todavía puedo escapar con los que están más cerca mío. Trato de moverme, y sólo atino a tirar una mesa por la ventana para quebrarla y plantearme arrojar a los alumnos que logren sobrevivir, pero el shock me supera, estoy paralizado esperando el timbre, necesito salir de aquí, ya no puedo contar cuántos monstruos han entrado en la sala reemplazando a mis estudiantes, vuelan cadáveres, mesas, cuadernos, aviones de papel, cartas de amor, bolas de scotch, y todo lo que se les ha ocurrido para matar el tiempo por haber terminado antes la actividad que les propuse. Creo que necesito una licencia.

Insertar Nombre Aquí- Burn Out