El año 2022, el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual, MOVILH, en su informe anual de los derechos humanos número 21, reportó 1.046 casos de discriminación a disidencias sexo genéricas. Un alza del 33% en denuncias de discriminación en el sistema educativo, se duplicaron los asesinatos, aumentaron en un 50% las movilizaciones lgbtq+fóbicas y en un 31% los discursos incitando al odio. Esto permite ver en números la violencia que existe en nuestro país hacia las disidencias sexuales, pero, ¿Qué pasa con nuestra humanidad? ¿Qué repercusiones tiene esta violencia en nuestra población? Tanto estudios locales como extranjeros, indican altas tasas de depresión, estrés, ideación e intentos de suicidio, así como historias de autolesiones y adicciones como producto de estas agresiones. Entre las disidencias sexuales que han sufrido de esta violencia, se encuentran Estéfano, un joven trans de ahora 19 años que, como informa el portal de noticias "el desconcierto", lleva más de un año en la cárcel por haber apuñalado a un hombre que lo habría golpeado, insultado, y amenazado con matar. Fiscalía habría omitido esto, negando la legítima defensa de Estéfano.
Vivir como disidencia en Chile significa ver cada semana una noticia de algún niño discriminado en su escuela, algún maltrato en los hogares, hostigamiento laboral (para quienes logran siquiera conseguir un trabajo formal), o algún suicidio e alguien que no pudo más, por no hablar de las agresiones y homicidios en la calle. Nos fuerzan a vivir escondidos, avergonzados y con miedo. De aquí viene el concepto del "clóset", y lo complicado que es salir de este. Porque nos rodean historias de violencia por existir. Desconfiando incluso de gente cercana a la que amamos. Que después de haber escuchado su reacción al oír hablar de un homosexual en la tele, se escandalizó. Mejor no decir nada. Mejor ocultar y mantener el agobio para una misma. No vaya a ser que nos discriminen también. Evitamos mencionar de nuestra pareja, que se sepa si somos trans, o hasta con quién nos juntamos, pues, si no nos están violentando, nos están cuestionando. Nos niegan del derecho de vivir y amar como queramos, o nos obligan a justificar por qué siquiera existimos. Que si somos una degeneración, "una etapa", un complot político hecho para desestabilizar la sociedad occidental, o un simple trastornado. Se nos empuja a la marginación y la precariedad. ¿Dónde cabe nuestra humanidad si se nos cuestiona desde el momento en que somos sinceros, sobre la veracidad de algo tan visceral como tener una cierta identidad o amar a alguna persona? No somos objetos que desechar. Vidas que se puedan llegar y tomar. Ni animales que domesticar. Somos personas amando y siendo como cualquier otro. La consigna siempre es que existimos y resistimos, pero me gustaría agregar que vivimos. Al igual que todas personas, con falencias, tonteras, alegrías, tristezas y una frente siempre en alto con la que enfrentar y tratar de asegurar un lugar dentro de nuestra sociedad.
Los llamados no pueden ser siempre los mismos. Cada cual tiene su rol dentro de los movimientos sociales. A quien no se sienta parte de la llamada diversidad sexual, se invita a comprender, escuchar y apoyar a quien tenga cerca. A ser empáticos antes que reproducir prejuicios. A las instituciones, tales como la escuela, a abrir los espacios de encuentro, como esta conmemoración, y a reforzar los protocolos, educación y generar un ambiente acogedor para todes, todas y todos. Mientras que a las disidencias sexo genéricas, sea cual sea su identidad, se insta a combatir el miedo y hacerse parte y protagonista de estos espacios. Construirlos, defenderlos, y dotarlos de vida, alegría y lucha.
Maite Antonia, San Antonio, 2023
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