martes, 22 de agosto de 2023

Miénteme

"Aunque casi me equivoco y te digo poco a poco
No me mientas, no me digas la verdad
No te quedes callada
No levantes la voz ni me pidas perdón"

- A. Calamaro "Flaca"

    Hace tiempo quiero escribir un poema cargado de amor. Pero no me salen esos poemas con estructura, flácidos y melosos. Mas bien, me nace una prosa que se desarma y se desangra en honestidad y malas verdades. Porque la Verdad es sexy, pero no guía a las mariposas por el camino que las fugaría de los intestinos al corazón. La Verdad, nos abriría una puerta cerca del ombligo, y dejaría escapar todo romanticismo para que vuele libre. 
    Alguna vez leí un mal chiste que decía que las mariposas en el estómago en verdad son parásitos, pero quién sabe si después de un tiempo de crisálida tendríamos algo más que el clásico lepidóptero. Quizá, se transformen en un elefante con alas, que anatómicamente no cuadra con la habilidad de volar, pero que en lo práctico se ve mucho más tierno que el cliché suave y frágil que vive sólo un día en su forma más estética. O tal vez una tortuga, que si volara no cumpliría 150 años, pero sí los suficientes para experimentar entrar y salir de incontables e ingenuos vientres enamorados.
    Pero volvamos al objetivo de todo esto, que es comenzar a mentir. Para mí no ha sido fácil, pero lo he hecho. Se traza un camino firme en el que los fluidos corporales: Sangre, parásitos y líquido seminal, se conducen directo al corazón, lo colapsan, y lo tornan profundamente incómodo. Te amo, eres mía, y no puedo vivir sin tí, pasan de ser simples productos de la calentura, a un veneno que cualquiera querría probar al menos una vez.
    ¿Será momento de sentirse ese "bandío", del que tanto hablan?, un inescrupuloso terrorista emocional que te miente para hacerte sentir bien, como una droga dura que se te mete en el cuerpo y genera una exquisita dependencia y que sólo se sana con un buen tiempo de abstinencia, pero que a la siguiente dosis ya eres adicta nuevamente. Y en el fondo, la adicción nunca se supera, sólo se reemplaza por una más dura o, en el mejor de los casos, una que haga daño menos visible y más a largo plazo. Contigo probé la más dura, de efectos secundarios impredecibles que me hace un revoltijo en la cabeza y los genitales, me encrespa los dedos y me deja mirando el techo buscando pornografía que se le parezca, pero no hay por dónde, la virtualidad nunca va a superar la escasa posibilidad de encontrarte físicamente de nuevo.
    Y no sé si es lo que tú quieres, tampoco se lo que yo quiero: El deseo no se sobrepone a los vicios. Mataría por una dosis después de la pega, de caricias, besos, mimos, y conversaciones reveladoras e incómodas. He estado mil veces a punto de subir a un nuevo nivel, y morderte el labio, apretar hasta dejar marcas alrededor de tu cintura, mentirte al oído con mi boca abierta y la lengua empapada. No olvidar un centímetro de tu vulva, y despreciar a escupitajos el producto de mi obsesiva tentación por llegar más lejos, sin pretender un final. Aplazando el clímax hasta que ya no hayan más ideas ni espacios fríos de tu piel, incrustar tortugas, serpientes y gusanos lentamente desde el borde de tus agujeros, hasta que se resbalen líquidos buscando el calor de tu vientre, rodeen tu pecho por dentro, y finalmente surjan en el olor de tus humedades. Me erigiría a mí mismo en tu interior buscando ser una sola cosa enclaustrada en cuerpos diferentes, que no tienen la suficiente habilidad para enredar sus extremidades presionando todas las zonas erógenas a la vez, pero que no dejan de buscarse, inquietos y duros de llegar al final, sin dejar de hacerse daño, en un punto donde nada duele, y nada importa. 
    No hay cómo escapar de la voluntad de seguir buscando maltratarse, en el descriteriado afán por morir otro día más de sobredosis, conociendo las consecuencias del estado de angustia, que sólo se compensa con una nueva dosis, la última, antes de cerrar por dentro mi habitación, sudar frío, y conversar con la alucinación que vomita mariposas desde el techo, producto del síndrome de abstinencia. 
    Todo parece indicar que no soy tan valiente para caminar ese sendero, pero es imposible evitar entregarme a tu genuino deseo, que me exige eyacular encima tuyo mis tormentos y pudores, y con gritos busca compartirlos en toda su extensión, saborearlos y esparcirlos como si se diluyeran en ti, y en adelante fuera yo quien deba abrazarte y contenerte de tantos miedos y falsedades. Es así, como aquí sigo, entregado a lo que venga, porque no existe una rehabilitación solitaria que sea efectiva.

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